«Sapos encantados. Auténticos y garantizados». Así decía el letrero sobre el acuario de cristal, lleno de pequeños sapitos en una tina. La idea se me hizo medio fumada, y la curiosidad me llevó a preguntarle a la mujer que atendía que me explicara y me contestó esta jalada, o sea: «Se convierten en príncipes. Sólo tienes que seguir las instrucciones» y diciendo esto me entregó un pequeño cuadernillo de barata con las instrucciones. Yo por supuesto que no le creí, pero la vendedora tomo uno al azar y me dijo, asegurándome: «Todos son iguales. Sigue las instrucciones al pie de la letra y mañana a esta hora vas a tener a tu príncipe azul».
Al llegar a casa pensé: «Pinche vieja loca fumada. ¿ahora que voy a hacer con este sapo?». Le marco a una amiga, que al igual que yo tiene una pinche suerte con los hombres bien jodida, le platico lo que me dijo la vieja del sapo, que se iba a convertir en príncipe o todo este desmadre, y cuando colgamos me puse a leer las instrucciones. Bastaba con alimentar al bicho cada media hora exactamente durante veinticuatro horas exactas, día y noche sin retrasarse ni un minuto ni saltarse una comida, porque de lo contrario el hechizo no se rompería y el sapo iba a seguir siendo un asqueroso sapo. Pero espérense, que voy leyendo el manual y decía: ACLARACION. Los sapos encantados se alimentan de amor cada media hora exacta. Debes decirle a tu sapito palabras cariñosas, tiernas, piropos, hacerle sentir que no es un sapo sino un príncipe para que efectivamente se convierta en uno.
«No frieguen», dije «¿qué clase de broma es esta?». Pero bueno, pues a falta de que hacer. Dije, «vamos a hacerlo«. Eran las 8:15 de la noche, así es que tome al sapo entre mis manos y nada más de verle esos pinches ojos tan feos, no supe de donde agarrar inspiración. Pero bueno, me esforcé y empecé: «Eres tan hermoso. Ay, te amo». Ay, me sentí tan pendeja… pero bueno, de repente una luz dorada se desprendió del animalejo. Una luz tan intensa que me deslumbró y hasta creí escuchar como campanitas. «Dios Santo , ¿Qué paso?», fue la única expresión que me salió. Pero de repente, volteo a ver al sapo y era un sapo común y corriente, frío y resbaladizo, y además bien pinche feo. Pensé que quizá me estaba volviendo medio loca, así es que dije: «Lo voy a volver a hacer».
Ocho cuarenta y cinco en punto volví a tomarlo entre mis manos y dije: «Eres un príncipe, el más hermoso de todos, ay te amo». La luz dorada fue ahora mucho más intensa que antes, el sonido de las campanas pareció de hecho envolverme, no sé qué chingaos me estaba pasando, pero yo cada media hora exactita lo hacía al pie de la letra. Le hice poesías, le cante canciones, le dije que lo amaba, lo hermoso que era y cada vez la luz dorada era mucho más intensa y el sonido de las campanas mucho más intenso.
Prefería no comer, no fui al baño con tal de seguir con el proceso del pinche sapo feo, yo decía «que se convierta en príncipe». Todo ese día estuve dedicada a mi sapito; al día siguiente estaba tan cansada, que yo creo que me drogó tanto sueño y bese al pinche sapo feo en el hocico… ya, ya sé, que asco no. Nunca hubiera hecho eso en mis cinco sentidos. Me quede dormida y cuando me desperté, había un hombre acostado al lado mío en mí cama. Me quedé, impactada o sea el pinche viejo estaba cuerísimo. Está buenísimo, desnudo, listo para comérselo. El volteó a verme y me dijo: «Gracias por romper el hechizo. Soy tu príncipe. ¿me amas?».
No frieguen, no lo pensé ni dos veces «claro que sí te amo chiquito, baby, estás pero como quieres», estaba más que perfecto. Y de repente me dice: «Mientras más me ames, más hermoso seré». Por supuesto me encanto eso. «Dime que me amas» me pedía el tipo; y obviamente yo le decía «ay te amo, te amo , te amo chiquito hermoso». «¿Cuánto me amas?»,mucho, muchísimo le decía. «¿Qué serías capaz de hacer por mi?« yo como idiota, de verdad le respondía, «Todo mi amor, todo lo que me pidas».
Claro que le decía todo esto porque yo no quería perder esa noche de pasión y la neta, pues la neta me urgía. Ya entre cuates, pues sí estaba medio necesitada de cariño no. Entonces le compré a mi príncipe ropa porque no tenía y obviamente no podía andar desnudito por todos lados. Digo, yo era feliz y para mi estaba de pelos, pero tampoco le iba a dar esa dicha a las demás viejas de la calle, no ni madres.
Claro que el principito me resulto ser un poquito fino. Quería que le comprara ropa de marca, la ropa más cara, ah y además yo lo tenía que llevar a cenar y a comer a los mejores lugares. Un día, mientras yo estaba aseando la casa, lavaba su ropa, que toma mi coche, lo tomó sin avisarme, y que va chocando el cabrón… bueno regresó diciéndome que me había hecho un favor, que el coche estaba feo, medio barato, que en él no se veía bien y que además, él necesitaba algo fino. Yo no había terminado de pagar este coche… pero bueno, yo estaba tan endiosada que no le di importancia. Dije: «Ay, es algo material. Ni quién se fije».
Claro que el tipo era creidísimo, digo ya contándonos aquí la neta, no paraba de decirme: «Eres una afortunada de tenerme a tu lado, no cualquiera tiene un príncipe». Obviamente las exigencias empezaron en aumento, además del coche nuevo tuve que darle a mi príncipe gran parte de mi sueldo, vacaciones, en fin todo lo que me estaba pidiendo. Para esto, yo tuve que trabajar horas extra y entonces mi príncipe pues se empezó a quejar; Que ya no lo atendía, que pasaba muchas horas fuera de la casa, que se sentía solo, que ya no lo amaba como antes. Las cuentas obviamente pues me seguían llegando. Me daba rabia llegar a la casa a las 10 de la noche, yo todavía cansada trabajando todo el día y encontrarme al pendejo viendo la televisión, obviamente echando la hueva sin hacer nada.
Me vi en el espejo: mi mirada, estaba apagada; mi cabello maltratado, necesitaba con urgencia un buen corte; mis manos ásperas; y pos hacia tanto que no me compraba ropa nueva para que el cabrón se diera sus lujos y encima me dijera: «Los príncipes no dan explicaciones, baby».
Total, que el pendejo un día llega y me dice: «Fui a buscar lo que no tengo en casa, porque tú ya no me amas, ya no me atiendes, no te arreglas para mí. Ya no me haces nada; y si no haces nada por mí me iré, te dejaré. Si me voy te morirás de tristeza sin mí, porque tú no quieres perderme. Soy tu príncipe, soy lo mejor que tienes en la vida». Pensé en la cantidad de cuentas por pagar, en las horas de trabajo extra, en el cansancio, en la frustración, en la rabia. Yo estaba encabronadísima, es más no estaba encabronada, estaba emputadisima ésa es la palabra que lo define.
Que agarro el pinche manual de instrucciones y en la última página con letras bien pequeñitas vi que decía: Para deshacerse del hechizo basta con recordarle al príncipe, al pinche príncipe, que es un sapo. Basta recordar que tú eres real, basta con recuperar la fe en ti misma y en tu propia fuerza. Basta entender que no necesitas príncipes para ser feliz.
Baje corriendo las escaleras y me planté delante de mi príncipe, el que de repente, ya no me parecía ni tan guapo, ni tan hermoso, ni tan perfecto. Y que agarro y le grito: «Pues eres un pinche y jodido sapo verde cabrón»; el pobre hombre se puso furioso «Soy tu príncipe, soy lo mejor de tu vida, tú me amas y me necesitas»; «No, no friegues, eres un pinche sapo verde asqueroso» le grité; «No» dijo ahora, pero ya obviamente como que en su voz se notaba un poquito de inseguridad. «Tú me amas. Tú no puedes perderme». Yo me empecé a matar de la risa y además sorprendido preguntó del por qué me reía, y le conteste: «Mírate hijito eres un pinche estúpido sapo feo, puerco, ¿quién va a necesitar de semejante animal? tan asqueroso, tan feo». Bueno, el chiste es que me desquite estaba furiosa y entre más le gritaba cosas que bajaban su autoestima, más chiquito se hacía el tipo hasta que de repente llegó a hacerse un sapo. Inmediatamente me fui a regresarlo a la vendedora, quien sonrió y me repitió de nuevo: «Todos son iguales. Nada más es cuestión de que te endioses con ellos para que se crean la pinche octava maravilla y hagan de ti lo que quieran, así que cuidado, porque hay muchos».
Autor: Lucia Gabriela Martinez
MORALEJA: No traten al hombre como un príncipe porque no es más que un pinche y simple sapo.
Yo humildemente agregaría :No los endioses , son seres como tú y como yo con mas defectos que virtudes. Si realmente es el hombre de tus sueños, un sapo encantado, se convertirá en tu príncipe azul sin siquiera haberlo besado.
malditos sapos que friegan
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El cuento no es «anonimo» Es de mi autoria.
Te pido por favor que agregues mi nombre como autora del cuento,
Gracias.
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Hola Lucia . Así es este artículo lo encontramos navegando en internet como anomino y lo colocamos, jamas nos hemos apropiado de la autoria, es algo que nunca hariamos. Porque no nos gustaria que lo hagan con nosotros.
Lo publicamos porque nos pareció buenisimo y porque da con el tema del que hablamos. No sabia que eres la autora, ahora que si lo sabemos te felicitamos y porsupuesto cuenta con los créditos respectivos.
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Hola Lucia . El artículo lo encontramos navegando en internet como ANONIMO y lo colocamos, asi, amas nos hemos apropiado de la autoria, es algo que nunca hariamos. Porque no nos gustaria que lo hagan con nosotros.
Lo publicamos porque nos pareció buenisimo y porque da con el tema del que hablamos. No sabia que eres la autora, ahora que si lo sabemos te felicitamos y porsupuesto cuenta con los créditos respectivos.
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